sábado, 4 de mayo de 2013

Ayutthaya

Después de un viaje en autobús...digamos interesante, llegamos a Ayuttaya, antigua capital de Tailandia. Llego a ser un país independiente pero acabo siendo saqueada por los Birmanos y otros pueblos y un montón de impresionantes templos en ruinas dan hoy fé de su historia.

En la primera noche, tomando unas cervezas en la terraza de un bar cercano a nuestra guest house, conocemos a Javi y a su mujer Sierra. Su historia es peculiar. El es frances y ella americana, se conocieron en España y entre ellos hablan español. Resulta que Javi es artista y pintó el skate park de Cartagena, y Sierra estuvo viviendo en Northampton (MA) hasta los 14 años. ¡Muchas casualidades! Estaban de luna de miel, pero vivian en China. Estuvimos compartiendo historias hasta bien entrada la madrugada. Hablamos de todo; politica, religion, USA, China... sin duda una pareja muy graciosa e interesante. Al fin y al cabo esta es una de las razones por las que uno hace un viaje como este; conocer gente con historias, vidas e ideas diferentes.

Al día siguiente nos ponemos a funcionar temprano y a visitar la ciudad. Los templos son una pasada, muy distintos a todo lo que yo conocía y dan una idea del esplendor de aquellos pueblos. Por la noche cogemos un tren que nos cruzara todo el norte hasta Chiang Mai.

El tren dura 13 horas, en teoría, y como viajamos pelaos de pasta (solemos invertir gran parte del presupuesto en birra, obviamente) hemos cogido sitios en 3a clase, es decir, asientos de madera. Cargados de provisiones nos ponemos en marcha. Después de un poco de conversación, pictionary y unas risas, Jesús y yo nos ponemos a idear un plan para dormir en camas. Un lado del tren esta bloqueado, y el éxito del plan pasa por atravesar la cabina del jefe del tren y convencerlo de que tenemos que pasar al otro lado sin tíquets. El desarrollo del plan no tiene desperdicio. Después de un par de malas contestaciones y probablemente amenazas de muerte en tailandés, no sabemos muy bien cómo, terminamos compartiendo un café en un vagón que parecía sacado de las segunda guerra mundial con el que resultó ser un super amable caballero. Y por la forma en la que nos miraba, diríamos que no había compartido muchos cafés con extranjeros antes.

Mal dormimos en nuestros asientos (el jefe resulto ser incorrompible) y despertamos con los primeros rayos de sol. Las vistas eran impresionantes, arrozales por todos lados que terminaban en grandes montañas al fondo y todo bañado por esa neblina poco espesa típica del amanecer. Dormimos un rato más y nos despierta el jaleo que traen los vendedores ambulantes, que se suben en las paradas y ofrecen todo tipo de comida. Finalmente, después de 15 horas de tren estamos a Chiang Mai.









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